Datos personales

Mi foto
Espacio en el que hablar, dialogar, aprender y luchar por la igualdad entre las dos mitades de la humanidad. Lugar para luchar contra el enemigo, el patriarcado, dentro y fuera de nuestras filas y para animar a salir juntas a terminar lo que se empezó hace trescientos años. Busco un mundo paritario donde ser mujer no sea un inconveniente absoluamente para todo.

12/29/2019

El huevo del cuco

La estrategia nidoprástica del cuco común europeo efectuada magistralmente por el patriarcado

     Afortunadamente, de cada uno de los golpes que me ha asestado el patriarcado a lo largo de toda mi vida he salido cada vez más fortalecida. Esto se debe a que soy feminista, es decir, que le debo todo ese vigor resiliente a un montón de mujeres luchadoras (de ahora y de siempre) que iluminan su arduo camino a todas las mujeres que lo deseen.

     Es por ello que, para mí, cuando alguien insulta o ningunea a cualquiera de ellas es un disparo al corazón mismo del feminismo, es un ataque directo al cuartel general de nuestras tropas en la guerra al patriarcado. Con lo cual, si lo hace en nombre del feminismo, es un indicio inequívoco de que en esta guerra hay infiltrados que tirotean desde dentro.

     Hace décadas que esas mujeres ahora vilipendiadas nos enseñaron esa palabra con la que algunas y algunos se llenan la boca, pero que, en realidad, no han entendido nada: patriarcado. El patriarcado es el enemigo de las mujeres, es el que nos somete y oprime desde hace milenios. Es un sistema que ha evolucionado en diversas formas (feudalismo, capitalismo…), pero que mantiene su esencia: la opresión de unos seres humanos a otros. He repetido dos veces el término opresión y creo que va siendo hora de aclarar: la opresión se ejerce para obtener un beneficio: la nobleza oprimía al campesinado, la burguesía al proletariado y los hombres a las mujeres.

     Aclarado esto, volvamos a nuestro enemigo. Si llevamos milenios oprimidas es porque el adversario es fuerte y poderoso, con lo cual, no va a ser fácil derrotarlo. Como es un sistema cargado de fallos, que puede incluso acabar con la humanidad y el planeta, las clases sometidas han sabido aprovechar esos fallos para obtener victorias que han dado un respiro a las personas, pero el capitalismo, siempre fuerte, se sobrepone y aplasta cualquier conato de ruptura.

     Con la lucha de las mujeres esa reacción se complica cada vez más y el sistema se está reinventando para contraatacar. Llevamos trescientos años de lucha y hemos avanzado, no se puede poner en duda, pero la contienda está muy lejos de terminar. Tenemos algunas batallas ganadas, debido, precisamente, a esos mencionados fallos del patriarcado. Por ejemplo, durante la II Guerra Mundial la mujer se incorporó en algunas naciones implicadas masivamente al sistema productivo de la industria pesada por necesidad del propio capitalismo y eso fue un pistoletazo de salida para una pequeña victoria: cuando acabó la guerra ya no fue tan fácil volver al redil y el patriarcado ya no pudo evitar la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Pequeños triunfos: independencia económica, profesionalización… Esas y otras, como el derecho al voto, son las que le encantan al llamado feminismo liberal, que yo prefiero llamar pseudofeminismo y que nos venden como el fin de la desigualdad (sí, sí, a mí también me da la risa).

     Sin embargo, pronto, el movimiento feminista fue consciente de que no era suficiente y, entonces, empezó el peligro: el feminismo radical, el que nos enseñó que esto solo se acaba con un cambio de sistema, como aprendimos del marxismo, e inaugura la revolución feminista; revolución lenta, somos conscientes, pero más segura que otras. El sistema machista reacciona y ataca por todos los frentes: intento de separación de la lucha obrera con el bulo de la incompetencia ideológica (las que ahora se conocen como “fake news” no son un invento posmoderno), desprestigio del movimiento en general con argumentos tan falaces como el anterior: destrozamos familias, somos hembristas (otro invento irrisorio de la ideología patriarcal)…

     Parecían ingenuos y nos frotábamos las manos porque tanta estupidez no hacía más que engordarnos… Hasta que. en su afán de dividir para vencer, sin haberlo planeado, llegaron a la estrategia nidoprástica del cuco común europeo. El cuco europeo no hace nidos ni cuida sus huevos. Aprovecha alguna nidada de otra especie para dejar su huevo, a veces destruyendo los existentes, otras, simplemente añadiendo el suyo. Las aves progenitoras de la nidada no se percatan del engaño y empollan el huevo como uno más. Cuando el polluelo del cuco nace, sus padres lo alimentan con esmero, creyendo siempre que es de su estirpe. Normalmente, los individuos de la especie elegida suelen ser más débiles que los cucos, lo cual favorece que el polluelo invasor acabe con sus compañeros de nido, en caso de que no lo haya hecho ya su madre biológica, matándolos con violencia o de hambre. Sus engañados padres adoptivos viven extenuados para alimentar a semejante descendiente que no tardará en superarlos en tamaño, pudiendo incluso llegar a matarlos también cuando ya no los necesite. Eso es lo que el capitalismo hizo con la lucha obrera a través de la socialdemocracia y lo que hace ahora con el movimiento feminista a través de el llamado “feminismo liberal” y la teoría queer (prima hermana del anterior), es decir, el pseudofeminismo. Es el patriarcado troyano que llaman las SuperVioletas en Tribuna feminista.

    La única manera de evitar que el cuco extermine al resto de la nidada y a sus progenitores es desenmascarándolo. Es hacer ver a los esmerados y engañados padres que están alimentando un monstruo que está programado para destruir a toda la familia y así acabar con la competencia a la vez que, como un parásito, se alimenta y engorda gracias a ellos.

     La misoginia de estos advenedizos es una de las muestras más claras de su verdadera estirpe, y cada insulto a una feminista histórica, como los recibidos por Lidia Falcón, entre otras, en el año que dejamos, nos proporcionan la fuerza para luchar con la misma intensidad que lo hemos hemos hecho siempre contra nuestro eterno enemigo, que ahora pretende ingresar en nuestras filas y no se lo vamos a permitir. No debemos emplear ni una gota de energía en argumentar o debatir lo incuestionable: la energía es para acabar con el enemigo infiltrado arrancándole la máscara.

9/08/2019

En esta casa

     La universidad: esa santa casa que tanto me dio y donde casi estuve a punto de perderlo todo. Esta mancha oscura con que introduzco mi argumento, no obstante, no llega a ensombrecer el recuerdo maravilloso que tengo de mi paso por esa institución, donde más me formé como feminista y donde empecé a entender lo que tanto coreamos en las manifestaciones: no estoy sola. Esa sombra de mi época universitaria ocurre a mediados de los años noventa: en una zona del campus sufrí una de las agresiones sexuales que más me marcó; aunque no fue la más grave, ya que, gracias a la asistencia mágica de un grupo de limpiadoras que sin saberlo me salvaron, todo quedó en un intento de violación. No es el momento ni el lugar para explicar por qué no lo denuncié, no se lo conté a nadie durante años, ni por qué me marcó tanto; no pretendo hacer aquí un me too. Eso será contado en otra ocasión y otro sitio.
     Si una alumna actual sufre una agresión como la mía o peor, tiene hoy a su disposición, en la misma universidad en la que yo estudié, un protocolo de actuación para estos casos, porque, afortunadamente, hoy la ley nos cuida. Además, dada la sensibilidad actual, es bastante probable que la alumna lo contara, lo denunciara y actuara, porque se siente protegida, porque la han educado para ser un sujeto de deseo y no admite ni normaliza en ningún caso ciertas actitudes que la reduzcan a la condición de objeto. Esto hace que esa alumna se sienta en su casa y no oiga resonar en su cabeza esas voces paternales, que las que ya tenemos una edad oíamos con tanta frecuencia: «mientras vivas en esta casa, harás lo que yo diga». Con ese enunciado, que no pretendía otra cosa que anular la mayoría de edad de la persona receptora, se resume la posición que las mujeres hemos tenido en nuestros hogares (y prácticamente en el mundo) a lo largo de tantos siglos. No fue eso lo que sentí, afortunadamente, en la universidad. Allí, tanto entonces como ahora, sí que formamos parte de esa casa; de hecho, hay facultades mayoritariamente pobladas por alumnas, hay alumnas, representantes del alumnado, con voz y voto en todas las decisiones, hay catedráticas, decanas, profesoras… Estamos en todas partes.
     Y parece ser que para algunos hemos llegado demasiado lejos. Recuerdo, con media sonrisa pensando en todos los memes al respecto, el infame informe del Consejo de Colegios de Médicos de Castilla y Léon que veía como "una grave problemática" la "feminización de la profesión". Pero, en ocasiones, la media sonrisa, el micromachismo, se transforma en alarma, como ocurre cuando nos enteramos de lo que está ocurriendo en alguna universidad que no quiere ser nuestra casa.
     Ante la gravedad del asunto, paso a hablar sin ambages: la Universidade da Coruña  (UDC a partir de ahora), universidad pública, tiene a bien organizar unas jornadas apologéticas de una de las violencias machistas más aceptadas en nuestra sociedad: la violación mercantilizada, el negocio de la violación, en este caso centrada en lo que conocemos como prostitución (según el programa, esta vez su versión filmada, la pornografía, no se incluye). Por supuesto, se refiere a ella como “trabajo sexual”, el peor de los eufemismos que se han inventado para ocultar el significado real de dicha actividad: violación consentida por la víctima y aceptada socialmente. Esto está ocurriendo hoy, en el año 2019, no en el pasado siglo.
     La UDC ha decidido que no es nuestra casa si queremos seguir siendo sujetos. No es nuestra casa si no admitimos que podemos ser explotadas sexualmente de manera legal porque ese es nuestro papel. Con el dinero de todas las españolas y todos los españoles se pagará al lobby de los proxenetas para difundir su mensaje tranquilizador entre posibles puteros y posibles esclavas. Mujeres cuya autoestima depende de lo que los hombres opinen de ellas irán a convencer a las alumnas de la UDC de lo fantástico que es que te penetren vaginal, anal y bucalmente alguien que no solo no deseas, sino que es posible que te dé muchísimo asco. Las que estudian en esta universidad tienen una buena salida profesional a su alcance: ¿médicas, ingenieras, abogadas…? No, hombre, no; hay algo mucho mejor: trabajadoras sexuales.
     Pero no acaba todo ahí. Ante la tormenta de críticas que supuso tal atrocidad, la UDC emite un comunicado que nos deja a todas aún más preocupadas, si cabe más. Afirma que las charlas están orientadas a la consecución de la igualdad y habla de un debate dentro del feminismo. Podrían haber puesto en su comunicado lo malas que somos las mujeres entre nosotras y tendría absolutamente la misma credibilidad.
     No, no hay debate interno en el feminismo. No, no hay aliados que defiendan la comercialización de nuestros cuerpos. No, no hay ningún feminismo que no sitúe a las mujeres como sujetos políticos. No, no somos más sensibles ni tenemos genéticamente ninguna capacidad extra para el trabajo reproductivo. No, los hombres no tienen nada en sus genes diferente a las mujeres que los convierta en unos depredadores sexuales incontenibles. Ninguna de todas estas suposiciones que menciono, ni otras muchas que están intentando grabarnos nuevamente a fuego en nuestras mentes, tienen nada que ver con el feminismo. Son clásicos difundidos por el patriarcado desde hace siglos que el neoliberalismo, en un acto de aterradora habilidad, ha introducido, cual caballo de Troya, en nuestras filas, sin que apenas nos hayamos dado cuenta.
     Señor rector de la UDC, las mujeres de su casa no van a hacer lo que nadie les diga, porque la casa es tan de ellas como de los hombres. Por mucho que intenten disfrazarse de feministas para seguir haciendo lo mismo de siempre, nosotras, que estamos en nuestra casa, no lo vamos a permitir. Treinta años después, seguiremos coreando “fuera, machistas, de la universidad”. Por ello, de un lado, espero y confío en que alumnas y profesoras feministas rodeen el edificio del evento e impidan que los actos se desarrollen con normalidad, que se oigan más nuestras voces que las de los proxenetas. Que el “aquí estamos las feministas” sea de verdad: las feministas reales, las que no defienden lo indefendible, lo incoherente, lo absurdo.
     Pero, de otro lado, espero que las mujeres aprendamos a votar. A votar. No solo a quién votar. A votar. A ir al colegio electoral en cada convocatoria para garantizar siempre que la opción gobernante hará lo posible para evitar condenarnos a ser sus objetos el resto de la existencia de la humanidad, con leyes abolicionistas (penalizando al putero, por ejemplo). Y, si esa opción no existe, si no hay ningún partido que garantice tales medidas, las mujeres hemos de aprender a dejar de ser las lavanderas de la izquierda y empezar a participar en política feminista activamente: afiliación, participación y compromiso.

9/07/2019

Estrategias y victorias patriarcales

Cuando Michael Jackson, afrodescendiente, decidió cambiarse el color de su piel mediante cirugía para que esta tuviera la misma tonalidad que las personas caucásicas se abrió un debate en torno al tema. ¿Lo recuerdan? No, ¿verdad? Normal. Que un señor, por muy famoso que fuera, no se sintiera bien con el color de la piel que le tocó no le interesa a nadie, no salieron en su apoyo un montón de personas caucásicas que quisieran tener la piel del color de un afrodescendiente (en aquella época recuerdo que yo pensaba que, de hacer tal majadería, habría hecho exactamente lo contrario: oscurecerme la piel) o un montón de personas con los ojos rasgados queriendo tenerlos redondos (y las hay, se lo aseguro; solo habría que preguntar en clínicas de cirugía estética en Japón, Corea…). Nunca hubo ninguna razón para crear un movimiento de personas “transraza” que no estén a gusto con las características físicas de su persona tradicionalmente asociadas a una “raza”. ¿Y saben por qué? Porque la raza es un artificio social creado para oprimir y explotar a personas cuyas características físicas responden a  las más comunes en territorios invadidos, colonizados, conquistados y esclavizados. Los seres humanos no tenemos razas, como los perros, es un invento social conveniente a los opresores. Las personas tenemos características físicas que, por razones evolutivas y de adaptación se asemejan a los de otras que llevan decenas de miles de años en un lugar con unas condiciones geográficas y climáticas concretas, absolutamente insignificantes funcionalmente. Todas estas verdades hace décadas que poca gente se atreve a discutir.
Pues EXACTAMENTE lo mismo ocurre con el género. No hay ningún estudio científico que haya logrado demostrar las falsedades con la que el patriarcado nos lleva bombardeando desde hace siglos: las mujeres somos más débiles, más sensibles, los hombres aguantan más el dolor, la sangre… No voy a enumerar la larga lista de absurdidades tan ampliamente conocidas por toda la sociedad, pero me basta con decirles que se imaginen qué contestarían si alguien les preguntara por qué usted nació hombre o por qué usted nació mujer sin hacer referencia al sistema reproductivo, ni al endocrino. Les garantizo que casi la totalidad de las posibles razones que se nos vienen a la cabeza son artificiales y, además, varían según la cultura, la clase social,  la generación e incluso las circunstancias concretas a las que nos adscribamos; porque el género es algo que, como muchos aspectos culturales, como por ejemplo las lenguas, varían en el tiempo, los estratos sociales, el espacio y el contexto en general. Con todo ello, no hace falta aclarar que hablar de “identidad de género” o de personas “transgénero” resulta tan ridículo y absurdo como hablar de una “identidad de raza” o de personas “transraza”.
Y muchísimo más absurdo y ridículo resulta creerse feminista defendiendo tales atrocidades. El feminismo es, desde hace décadas, abolicionista del género, ese constructo social que se usa principalmente para oprimirnos a las mujeres.
Resulta necesario en este momento comentar que sobre la TRANSEXUALIDAD o la disforia de género se sigue investigando y aún no hay nada concluyente, pero, en este caso, hablamos de sexo y eso sí que es diferente. Aquí sí que hay que mencionar, sin lugar a dudas, el sistema reproductivo y el endocrino. Este asunto (transexualidad, que no transgénero) nunca jamás ha generado ningún enfrentamiento entre el movimiento feminista (MF) y los movimientos pro derechos de personas con diversidad sexual-afectiva (LGBT…), que, precisamente, nacieron y crecieron en el seno del feminismo.
A pesar de lo explicado anteriormente acerca del género, sorprendentemente, surge en los últimos tiempos, como consecuencia de la teoría queer (que defiende el género como algo natural e innato), este movimiento sobre la “identidad de género” que decide echar por tierra gran parte de los cimientos de las bases teóricas de un feminismo que ha logrado que las mujeres tengamos más derechos de los que hemos tenido jamás en la historia de occidente. Los defensores de la identidad de género han tenido tanto éxito que han llegado a conseguir que se legisle a su favor, con lo peligroso que eso puede resultar para todas las mujeres y los logros alcanzados. ¿Se imaginan una legislación que reconociera la raza como algo distintivo, biológico e identitario? ¿A que da miedo? Pues ese miedo tenemos que tenerlo ahora las feministas con esta ley de identidad de género que puede aprobarse a nivel nacional (ya existe en algunas comunidades), sin ningún tipo de debate público.
Pero a la que suscribe estos argumentos lo que más le asusta es el apoyo que está teniendo este desatino dentro del movimiento LGBT… y del MF. Atónitas asistimos a que feministas históricas como Amelia VALCÁRCEL sean abucheadas e insultadas en sus charlas y en las redes; a que lesbianas sean condenadas y tachadas de tránsfobas por no querer mantener relaciones sexuales con hombres (sí: hombres hetero muy orgullosos de sus genitales y su testosterona que se declaran mujeres) y, por tanto, una vez más invisibilizadas… No solo eso, sino que también, si me gusta poco o nada que el buen hijo del feminismo, el movimiento LGBT… se revuelva y enfrente a quien lo engendró con capacidad para destruirlo o diluirlo, menos me gusta que el MF invierta todas sus energías y se desgaste de una manera tan acelerada y alarmante en esta lucha.
Mientras nos tiramos de los pelos en los cursos y en la red, llevamos, en el momento que nacen estas palabras, 55 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas, siguen brotando como hongos violaciones múltiples, lesbianas son agredidas por mostrar su afecto en público, cobramos un 30% menos, no estamos en el poder… Lo cual muestra que el movimiento transextremista es una victoria del patriarcado que se ha infiltrado en nuestra lucha (MF y LGBT)
Esperemos que ese hijo rebelde crezca y haga su lucha más poderosa, no enfrentándose a su madre, sino complementando la lucha de esta, manera en que se alcanzarán más logros, y confiemos en que el MF se centre en su tarea principal: alcanzar la igualdad real, fin que estamos alejando por no reconocer al enemigo oculto en el regalo que nos dejó amablemente en la puerta y que hemos metido intramuros cediéndole tanto espacio.

Artículo que Eldiario.es no quiso publicar en el blog de los socios.

7/13/2019

Feminismos y movimiento 8M

En cuanto me enteré de que Mabel Lozano había publicado un libro, no dudé ni una décima de segundo en comprarlo y leerlo. “El proxeneta” debería ser de obligada lectura para todas las personas adolescentes, con su afectividad y su sexualidad en plena formación, para todas las personas de la judicatura, obligatorio también para todo el personal sanitario, los cuerpos de seguridad del estado, las políticas y los políticos… Cuenta sin tapujos y con absoluta crudeza de crónica realista todos los engranajes que mantienen el sistema de esclavitud y explotación sexual al que están encadenadas las mujeres víctimas de la prostitución en nuestro país (proxenetas, prostituyentes, bancos…).
No cuenta Mabel Lozano nada que yo no sospechara o de lo que no tuviera media idea, pero son muchas las personas que deberían leerlo atentamente para entender la realidad. Estas personas aún hoy se agarran a un gran número de falsedades que disfrazan una de las peores violencias machistas que hay con el fin de defenderla. Su argumentario es fácil de desmontar y, aunque no es mi intención hacerlo aquí y ahora, sí se pueden recuperar ciertos aspectos básicos.
Para empezar, señalemos que la línea que une la violación con la pornografía y la prostitución es bien visible, de ahí que hemos venido a llamarlas negocio de la violación. Estas violencias, como otras muchas, tienen que ver con uno de los pilares básicos del patriarcado: las mujeres somos objetos, no sujetos, con lo cual, nuestros cuerpos no nos pertenecen a nosotras, sino a quien los desea. Con esta premisa, es obvio que nuestros cuerpos pueden ser vendidos o alquilados bien para el disfrute de cualquier hombre que lo pague o bien como vasija para engendrar un nuevo ser.
Como he utilizado el término patriarcado, es el momento de hacer memoria. Hace más de medio siglo que el feminismo se posicionó en lo que se conoce como feminismo radical (o también tercera ola) para avanzar con mayor premura en los logros por la igualdad, movimiento que acuñó el término susodicho. Entre sus infinitos aciertos está el de convertir totalmente a la mujer en sujeto político y sacarnos definitivamente del ostracismo político-social en el que estábamos. Se hace, a partir de entonces, inevitable el rechazo a cualquier tipo de explotación patriarcal de nuestros cuerpos; aborto, prostitución, pornografía, vientres de alquiler irán inevitablemente acompañados de ciertos adjetivos y sustantivos: libre y gratuito, abolición, rechazo, prohibición… respectivamente (puede haber más complementos, no lo dudo, pero ejemplifico con los básicos).
Dicho esto, no es necesario enumerar ahora todos los avances que hemos logrado tras la explosión en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo del radicalismo feminista. Hasta tal punto que las reacciones parecen haberse hecho esperar hasta surgir como hongos venenosos en los últimos quince años. Verbi gratia: de la misma manera que hace años se nos intentó devolver a la década de los 70 con una reforma de la ley del aborto, que, afortunadamente, no se llevó a cabo de manera integral, asistimos ahora atónitas, en pleno siglo XXI, sesenta años después del despunte del feminismo radical, a cómo se pretende revertir los avances de la tercera ola con mensajes de profundo calado social como que la prostitución es un trabajo o que dejar que utilicen nuestro útero es una muestra de altruismo y caridad… Todo son pataletas machistas de los privilegiados que se agarran a sus prebendas como un cachorro humano a su fuente de alimentación.
Sabemos y somos conscientes que los avances feministas provocan una reacción neomachista y neoliberal lógica. Pero lo que algunas feministas nunca hubiéramos creído es que estos exabruptos podían introducirse en nuestras filas como lo están haciendo. Que el movimiento 8M esté excluyendo el discurso abolicionista o contra los vientres de alquiler no solo es preocupante, sino que también es alarmante. A ninguna feminista bien formada puede caberle ninguna duda del hecho de que la prostitución no se debate, se combate. Pero el movimiento 8M ha decidido que es necesario un debate interno (debate que lleva posponiéndose más de un año) antes de posicionarse.
No voy a meterme en desacreditaciones improductivas sobre cómo se trató a las feministas (abolicionistas) en los diferentes congresos estatales y autonómicos. Me basta con mencionar una breve anécdota: cuando en un congreso aparentemente feminista, una mujer supuestamente feminista se refiere a otra mujer como “puta” algo se nos está yendo de las manos. ¿Se imaginan en un congreso antirracista referirse a las personas afrodescendientes como “negratas” o a las personas procedentes de países americanos de habla hispana como “sudacas”? Pues eso
Si se pretende debatir la prostitución/pornografía/vientres de alquiler es porque no se las considera violencias. Una mirada así lo que implica es que algunas mujeres son “violables” o utilizables como vasijas procreadoras ¿Es eso feminismo? No. Es muy triste comprobar lo que está sucediendo: el movimiento 8M no es feminista. Y, lo que es peor, se nos intenta apartar a las feministas del discurso político de la igualdad de género.
Cuando en la manifestación del 8M aparecen personas que votan PP y Ciudadanos (doy fe de ello), es porque pueden agitar esa bandera, que, si fuera feminista, no las incluiría nunca. En realidad, lo que está ocurriendo es que los guardianes del patriarcado, liberales, neoliberales y fascistas…campan a sus anchas en los movimientos por la igualdad real.
Estamos asistiendo a una infección vírica dentro del feminismo que, si no la paramos a tiempo, puede destruir el movimiento para siempre. Urge un 8M que deje de llamarse 8M y empiece a llamarse de la única manera posible: FEMINISTA.
Publicado en "La opinión de los socios y las socias" de Eldiario.es el 27/02/2019
https://www.eldiario.es/opinionsocios/Feminismos-movimiento_6_871822829.html

4/16/2019

Hombre mayor con mujer joven al fondo

     El patriarcado, ese sistema sexista, opresor, con miles de años de antigüedad, que, a través de diferentes formas de dominación (feudalismo, capitalismo…) mantiene los privilegios de una clase, los hombres, con la subyugación de la otra clase, las mujeres, se mantiene en estos tiempos de incertidumbre y oscilación cimental para él, entre otros motivos, gracias a estar inyectado en toda la cultura, incluyendo la vida privada y personal. Es en este ámbito donde se suelen denunciar los micromachismos. La palabra micromachismo no engloba actitudes con una carga pequeña de machismo, sino que se refiere a la sutileza del mismo para ser reconocido. Normalmente no suelo emplear esa palabra porque el prefijo “micro” la descarga de la gravedad que por lo general esconden esas actitudes; como, por ejemplo, un hecho considerado micromachismo: el tropiezo deliberado, pero aparentemente accidental, de un hombre con algunas partes de nuestros cuerpos (tocar los pechos o los glúteos intencionadamente haciendo que parezca absolutamente fortuito al cruzarse o hablar con una mujer) es, en realidad, una agresión sexual en toda regla.
     Un micromachismo del que quiero hablar, precisamente, son las relaciones heteropatriarcales en desigualdad entre un hombre mayor y una chica joven. El otro día me sorprendía cómo una amiga, cuyo discurso habitual es rayano a las líneas básicas del feminismo, aunque no autoproclamado así, defendía una relación entre un hombre de treinta y cuatro años y una joven de veintiuno. Sus argumentos seguían la línea androcentrista a la que el patriarcado nos ha habituado y de la cual muchas veces ni nosotras mismas somos capaces de despojarnos: ella es muy madura para la edad que tiene, le gustan los hombres maduros y está harta de “niñatos”… (¡¡¡como si el hecho de que un hombre tenga cierta edad garantizase algún tipo de madurez!!!!). Lo que hacía mi amiga era mirar esa relación como miraría una relación homosexual o una heterosexual en la que la mujer fuera la mayor y eso limpia de impurezas la realidad y convierte la desigualdad existente en un machismo velado y difícil de detectar.
     Desenmascaremos, pues, esta discriminación. Este sistema opresor susodicho nos tiene sujetas y encarceladas por una red tan sólida como una malla metálica que está formada por infinidad de eslabones entre los que se encuentra el asunto que se trata. Junto a este eslabón está el de los cánones de belleza patriarcales, relacionados ellos siempre con la juventud, y el más importante que sostiene a todos: la reproducción. Las mujeres somos máquinas reproductoras para nuestra sociedad de dominación masculina; de ahí que se asocie nuestro éxito social a valores tan fútiles como la belleza física siempre asociada con aspectos que denotan juventud y lozanía, es decir: FERTILIDAD. En la misma línea se puede inscribir la tendencia de los hombres a partir de cierta edad a buscar mujeres mucho más jóvenes que ellos. No quiero decir que conscientemente estos hombres se impongan renunciar a relaciones con mujeres de su edad o estar con mujeres mucho más jóvenes aunque no les gusten. En el inconsciente erótico colectivo de los hombres heterosexuales de nuestra sociedad está grabado a fuego el principio reproductivo mencionado: realmente se sienten atraídos por esas mujeres. Es el proceso inverso que sufren las mujeres con baja autoestima que se sienten atraídas por hombres que no las tratan como deberían. En ambos casos la labor individual de la persona es saber identificar estas toxicidades y renunciar a ellas. Para la persona en inferioridad de condiciones, la mujer, es mucho más difícil que para el que ejerce la opresión, el hombre; es mucho más sencillo reconocer nuestros privilegios y renunciar a ellos que reconocer la dominación y luchar contra ella.
     Partiendo del hecho de que hablo de generalizaciones para las que siempre hay excepciones, constatemos que, cuando un hombre homosexual o una mujer se aventuran afectivamente con una persona mucho más joven, se plantean muchas dudas y pueden, incluso, decidir renunciar a la relación, por el bien de la otra persona. Se piensa que la diferencia de edad puede jugar un papel de desventaja en la persona menor, que detrás de esa admiración o enamoramiento pueda haber componentes tóxicos (baja autoestima, búsqueda de madre ausente…) Esto no ocurre en el caso de que un hombre heterosexual comience una relación de pareja con una mujer mucho más joven, porque hay todo un engranaje social detrás aplaudiéndola. Si lo miramos desde la perspectiva de género, jamás podremos apoyar este tipo de parejas, porque sabemos que son la herencia de milenios de dominación, que hasta hace pocas décadas era el denominador común de tantos matrimonios de conveniencia y que aún hoy hay muchísimas mujeres jóvenes que se ven forzadas a casarse con hombres mayores que ellas.
     A parte de todas estas razones tantas veces argüidas en otros tantos foros, hay en estas parejas un componente psicosocial más sutil que también incurre en desventaja y desigualdad para la mujer. Sin entrar en coloquios eternos sobre ese concepto tantas veces aludido en las últimas décadas, no podemos evitar hablar de la famosa inteligencia emocional. También aquí hay que argumentar con las gafas violetas puestas. En un sistema desequilibrado con clara inferioridad de las mujeres, dicha inteligencia no se desarrolla igual en ambos sexos. La inteligencia emocional, entre otros aspectos, incluye nuestra posición frente al sistema en el que vivimos, nuestra crítica social y actitud ante esta. La conciencia de clase (me refiero a la clase oprimida como el conjunto de todas las mujeres) en nosotras evoluciona con los años, con lo cual, cuantos más años, más sensibilización feminista. Es evidente que a una temprana edad es más difícil haber desarrollado las armas necesarias para luchar contra las infinitas violencias y discriminaciones que podemos sufrir en pareja.
     En definitiva, no hay duda de que, consciente o inconscientemente, cuando un hombre tiene una relación afectiva tradicional con una mujer mucho más joven que él, esconde una finalidad oscura: dominarla mejor.
     De ahí que sea tan importante en la lucha contra la desigualdad, señalar, identificar, explicar y analizar comportamientos sociales tan perjudiciales en el ámbito privado, llamados micromachismos, pero que forman parte de la base de ese “iceberg” que constituyen todas las violencias machistas que nos oprimen. No se trata de censurar, intervenir o manipular, las mujeres no necesitamos ser tutorizadas; se trata solo de denunciar a la luz pública, para que las víctimas nunca se sientan solas, independientemente de las decisiones que tomen o que hayan tomado. Sabemos que no debemos decirle a nuestra hermana que tiene que dejar a su pareja, que la maltrata, porque perderíamos a la hermana, que se verá sola con su maltratador; de ahí que debamos limitarnos simplemente a señalarle que el amor no duele.  Apliquemos las mismas estrategias en las parejas de hombre mayor y mujer joven. No interfieran en el romance de su amiga con un hombre mayor; constaten los hechos desde el apoyo incondicional a sus decisiones, pero conscientes de que puede estar en mucha desventaja. Es decir, si una amiga, hermana e incluso una hija con hábitos heterosexuales, se embarca en una relación con un hombre trece años mayor que ella, hay que estar a su lado apoyándola siempre, sin discursos paternalistas ni intentos de gobernar sus decisiones afectivas, así se recomienda hacer ante cualquiera de las otras toxicidades machistas más conocidas y rechadas por la opinión pública (malos tratos, celos, infidelidad unilateral no pactada…); es un principio fundamental para mantener sólida nuestra red: es parte de la sororidad. Ahora bien, igual que nunca defenderíamos al maltratador por mucho que no interfiramos en la relación de la mujer que queremos con él, creo que debemos empezar a aplicar las mismas líneas a todas las toxicidades, reconocidas o no, tradicionales o no.
      Dejemos, sencillamente, de justificar lo injustificable y denunciemos siempre estas desigualdades.

2/23/2019

Words, words, words

Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Feminismo: quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos

    Entre las reivindicaciones de la huelga y las manifestaciones del próximo 8 de marzo no estará la exigencia de la prohibición categórica de comercialización y cosificación de nuestros cuerpos, es decir, la abolición de la prostitución y pornografía y la negación incondicional a legalizar el uso comercial de nuestros úteros: el alquiler de vientres. No vamos a salir a la calle para luchar contra todas las violencias machistas, solo para combatir algunas, ya que estas que nombro no forman parte del argumentario de este 8M. No podremos seguir afirmando que las mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas son solo la punta del iceberg…, porque algunas de las violencias que están en la base de ese iceberg (prostitución, vientres de alquiler…) no se incluyen en las protestas.
     A la mayoría de las feministas que llevamos décadas en esta lucha este hecho nos tiene absolutamente desconcertadas. De la misma manera que ocurre con el descontento, el desconcierto ha de generar, en una sociedad sana, reflexión y, por supuesto, tras esta, reacción. Se hace imperiosa aquella para poder centrarnos pronto en esta; por tanto, buceemos en las profundidades del movimiento feminista para vislumbrar qué está sucediendo.
     Las cuestiones que subtitulan este post no solo no son baladíes, sino que, además, son muy necesarias. Probemos a resolverlas una a una y estudiar qué nos aportan sus respuestas.
     Con respecto a quiénes somos ya no cabe ninguna duda de que el feminismo actual es deudor incuestionable del feminismo radical que surgió a mediados del pasado siglo y que se ha ido enriqueciendo posteriormente con hermanamientos inevitables: ecologismo, pacifismo, antirracismo… No es este el momento ni el lugar de hacer un repaso, ni aún breve, de la historia del feminismo ni mucho menos se pretende menospreciar los logros de las olas anteriores al radicalismo; simplemente se trata de presentar un dibujo relativamente fiel del ideario feminista de las últimas décadas. Como su buen nombre indica, el feminismo radical se caracteriza por haber cambiado el foco de sus luchas hacia la raíz del problema. Acuña el término patriarcado, cuyo ámbito referencial posiciona a las feministas en un ángulo anticapitalista indiscutible, ya que el capitalismo es una de las variantes del patriarcado, nacido, aproximadamente, en el Neolítico. Y casi también inevitablemente se asocia otro concepto al feminismo: REVOLUCIÓN.
     Con todo esto, es de obligada mención una unión que se hace esencial para ambas partes casi desde los inicios de esta ola: aquel posicionamiento ideológico radical acerca y emparenta forzosamente el feminismo con el marxismo; lo cual nos lleva a la respuesta de la segunda pregunta: de dónde venimos. El feminismo es lucha de clases cuyo sujeto político es la mujer, la mujer de la clase trabajadora. Pero, ¿qué ha pasado con el marxismo, padre del feminismo radical, en las últimas décadas? El marxismo ha enfermado de gravedad y agoniza. La clase trabajadora está prácticamente huérfana y, así, día a día observamos atónitas cómo perdemos derechos conquistados hace cien años o más con gran esfuerzo y un alto coste en vidas humanas: vacaciones, jornada de ocho horas, descanso semanal… Tampoco son estos el espacio ni el tiempo para examinar tan arduo asunto, pero podríamos centrarnos en uno de los síntomas de la agonía de la lucha del proletariado (o quizá, por qué no, una de sus causas). Hablo de una enfermedad verbal que nos infecta hoy en día en general y que envenena en particular el argumentario de la izquierda. El día que la palabra socialismo empezó a asociarse a un movimiento que defiende un capitalismo moderado, disfrazado de igualdad y bienestar, que conocemos normalmente como socialdemocracia, empezamos a cavar las tumbas de todos los movimientos de la lucha de clases. El significado de una palabra no puede tener dos acepciones contradictorias, que es lo que le ocurre hoy en día a la palabra socialista. No se puede ser capitalista y anticapitalista a la vez. El SOCIALISMO nace para luchar contra el capitalismo; llamar así a una teoría que defiende el capitalismo es el primer paso para terminar con su primer y original significado. Si desaparece el concepto, nos olvidamos también de la realidad a la que hace referencia. Esta es la manera en que la izquierda está olvidando no solo sus orígenes, sino, lo que es peor, sus logros y sus metas.
     Esta jugada magistral del capitalismo fagocitador ideológico ha llegado a las filas del feminismo para instalarse y neutralizar cualquier atisbo de revolución que pudiera quedar en él. Lo cual nos lleva a la triste respuesta de la última pregunta, a dónde vamos: a la desaparición (si no lo solucionamos antes). Cuando los hombres inundan los encuentros feministas (manifestaciones, reuniones, etc.), cuando se habla de debatir si ciertas violencias machistas son denunciables o no, de si la mujer es sujeto político o no, de si el hecho de tener vulva o tener la regla es razón para ser marginada o no, de si existe el género, constructo opresor del patriarcado capitalista, o no…, algo huele mucho a podrido en el feminismo, pero mucho. Con todas mis disculpas a William Shakespeare por haberlo parafraseado en dos ocasiones hasta el momento, su más celebrada obra maestra me parece una alegoría muy adecuada de lo que nos ocurre. Hamlet, un protagonista atormentado que se debate impotente entre la acción y la inacción para terminar con al usurpación de poder de la que es conocedor, contesta con un magistral desprecio irónico a la pregunta de Polonio sobe su lectura con el título de este post, consciente del poder que realmente tienen las palabras. Igual que al público de la obra le desasosiega la falta de sangre de Hamlet, a algunas feministas nos exaspera el intento de anulación de las referencias básicas de la palabra que abanderamos: FEMINISMO. Estamos permitiendo que movimientos reformistas capitalistas usurpen nuestra identidad y realicen acciones, tomen decisiones, ganen seguidoras y se instalen en la opinión pública en nuestro nombre. Si no hacemos nada ahora, poco podremos hacer cuando el virus verbal nos haya infectado del todo. Primero intentaron hacer creer que la palabra feminismo aludía a algún tipo de movimiento clasista y sexista de la misma naturaleza que el machismo. Como no lo lograron, se inventaron un movimiento inexistente al que llamaron hembrismo para desacreditarnos, pero tampoco funcionó. Ahora llega su jugada de jaque mate: utilizar el término feminismo para referirse a un movimiento reformista de petición de derechos para las mujeres primo hermano del neoliberalismo y hermano de la socialdemocracia moribunda; igual que hicieron con la palabra socialismo. No solo están introduciendo un peligroso cambio semántico en el término, sino que están expropiando todo el movimiento para neutralizarlo y difuminarlo, como hicieron con el marxismo.
     En las manos de las feministas, las de verdad, está ahora frenar esta tendencia. Debemos utilizar sus mismas armas sin avergonzarnos y sin miramientos: redes sociales, populismos, manifestaciones, tomar las calles… y gritar, gritar mucho más que ellas y que ellos. Tenemos que recuperar nuestro espacio y conquistar estos tiempos. En la modestísima opinión de esta vieja feminista vieja, solo lo podremos lograr unidas actuando TODOS LOS DÍAS, no solo de cara a fechas singulares (25N, 8M), donde al liberalismo le gusta lucir sus galas (sus armas), sino en todos los ámbitos de la sociedad, incluido en el político representativo, donde aún no estamos y se pueden instalar los usurpadores. Nuestro lema: lo llaman feminismo y no lo es.