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Espacio en el que hablar, dialogar, aprender y luchar por la igualdad entre las dos mitades de la humanidad. Lugar para luchar contra el enemigo, el patriarcado, dentro y fuera de nuestras filas y para animar a salir juntas a terminar lo que se empezó hace trescientos años. Busco un mundo paritario donde ser mujer no sea un inconveniente absoluamente para todo.

9/08/2019

En esta casa

     La universidad: esa santa casa que tanto me dio y donde casi estuve a punto de perderlo todo. Esta mancha oscura con que introduzco mi argumento, no obstante, no llega a ensombrecer el recuerdo maravilloso que tengo de mi paso por esa institución, donde más me formé como feminista y donde empecé a entender lo que tanto coreamos en las manifestaciones: no estoy sola. Esa sombra de mi época universitaria ocurre a mediados de los años noventa: en una zona del campus sufrí una de las agresiones sexuales que más me marcó; aunque no fue la más grave, ya que, gracias a la asistencia mágica de un grupo de limpiadoras que sin saberlo me salvaron, todo quedó en un intento de violación. No es el momento ni el lugar para explicar por qué no lo denuncié, no se lo conté a nadie durante años, ni por qué me marcó tanto; no pretendo hacer aquí un me too. Eso será contado en otra ocasión y otro sitio.
     Si una alumna actual sufre una agresión como la mía o peor, tiene hoy a su disposición, en la misma universidad en la que yo estudié, un protocolo de actuación para estos casos, porque, afortunadamente, hoy la ley nos cuida. Además, dada la sensibilidad actual, es bastante probable que la alumna lo contara, lo denunciara y actuara, porque se siente protegida, porque la han educado para ser un sujeto de deseo y no admite ni normaliza en ningún caso ciertas actitudes que la reduzcan a la condición de objeto. Esto hace que esa alumna se sienta en su casa y no oiga resonar en su cabeza esas voces paternales, que las que ya tenemos una edad oíamos con tanta frecuencia: «mientras vivas en esta casa, harás lo que yo diga». Con ese enunciado, que no pretendía otra cosa que anular la mayoría de edad de la persona receptora, se resume la posición que las mujeres hemos tenido en nuestros hogares (y prácticamente en el mundo) a lo largo de tantos siglos. No fue eso lo que sentí, afortunadamente, en la universidad. Allí, tanto entonces como ahora, sí que formamos parte de esa casa; de hecho, hay facultades mayoritariamente pobladas por alumnas, hay alumnas, representantes del alumnado, con voz y voto en todas las decisiones, hay catedráticas, decanas, profesoras… Estamos en todas partes.
     Y parece ser que para algunos hemos llegado demasiado lejos. Recuerdo, con media sonrisa pensando en todos los memes al respecto, el infame informe del Consejo de Colegios de Médicos de Castilla y Léon que veía como "una grave problemática" la "feminización de la profesión". Pero, en ocasiones, la media sonrisa, el micromachismo, se transforma en alarma, como ocurre cuando nos enteramos de lo que está ocurriendo en alguna universidad que no quiere ser nuestra casa.
     Ante la gravedad del asunto, paso a hablar sin ambages: la Universidade da Coruña  (UDC a partir de ahora), universidad pública, tiene a bien organizar unas jornadas apologéticas de una de las violencias machistas más aceptadas en nuestra sociedad: la violación mercantilizada, el negocio de la violación, en este caso centrada en lo que conocemos como prostitución (según el programa, esta vez su versión filmada, la pornografía, no se incluye). Por supuesto, se refiere a ella como “trabajo sexual”, el peor de los eufemismos que se han inventado para ocultar el significado real de dicha actividad: violación consentida por la víctima y aceptada socialmente. Esto está ocurriendo hoy, en el año 2019, no en el pasado siglo.
     La UDC ha decidido que no es nuestra casa si queremos seguir siendo sujetos. No es nuestra casa si no admitimos que podemos ser explotadas sexualmente de manera legal porque ese es nuestro papel. Con el dinero de todas las españolas y todos los españoles se pagará al lobby de los proxenetas para difundir su mensaje tranquilizador entre posibles puteros y posibles esclavas. Mujeres cuya autoestima depende de lo que los hombres opinen de ellas irán a convencer a las alumnas de la UDC de lo fantástico que es que te penetren vaginal, anal y bucalmente alguien que no solo no deseas, sino que es posible que te dé muchísimo asco. Las que estudian en esta universidad tienen una buena salida profesional a su alcance: ¿médicas, ingenieras, abogadas…? No, hombre, no; hay algo mucho mejor: trabajadoras sexuales.
     Pero no acaba todo ahí. Ante la tormenta de críticas que supuso tal atrocidad, la UDC emite un comunicado que nos deja a todas aún más preocupadas, si cabe más. Afirma que las charlas están orientadas a la consecución de la igualdad y habla de un debate dentro del feminismo. Podrían haber puesto en su comunicado lo malas que somos las mujeres entre nosotras y tendría absolutamente la misma credibilidad.
     No, no hay debate interno en el feminismo. No, no hay aliados que defiendan la comercialización de nuestros cuerpos. No, no hay ningún feminismo que no sitúe a las mujeres como sujetos políticos. No, no somos más sensibles ni tenemos genéticamente ninguna capacidad extra para el trabajo reproductivo. No, los hombres no tienen nada en sus genes diferente a las mujeres que los convierta en unos depredadores sexuales incontenibles. Ninguna de todas estas suposiciones que menciono, ni otras muchas que están intentando grabarnos nuevamente a fuego en nuestras mentes, tienen nada que ver con el feminismo. Son clásicos difundidos por el patriarcado desde hace siglos que el neoliberalismo, en un acto de aterradora habilidad, ha introducido, cual caballo de Troya, en nuestras filas, sin que apenas nos hayamos dado cuenta.
     Señor rector de la UDC, las mujeres de su casa no van a hacer lo que nadie les diga, porque la casa es tan de ellas como de los hombres. Por mucho que intenten disfrazarse de feministas para seguir haciendo lo mismo de siempre, nosotras, que estamos en nuestra casa, no lo vamos a permitir. Treinta años después, seguiremos coreando “fuera, machistas, de la universidad”. Por ello, de un lado, espero y confío en que alumnas y profesoras feministas rodeen el edificio del evento e impidan que los actos se desarrollen con normalidad, que se oigan más nuestras voces que las de los proxenetas. Que el “aquí estamos las feministas” sea de verdad: las feministas reales, las que no defienden lo indefendible, lo incoherente, lo absurdo.
     Pero, de otro lado, espero que las mujeres aprendamos a votar. A votar. No solo a quién votar. A votar. A ir al colegio electoral en cada convocatoria para garantizar siempre que la opción gobernante hará lo posible para evitar condenarnos a ser sus objetos el resto de la existencia de la humanidad, con leyes abolicionistas (penalizando al putero, por ejemplo). Y, si esa opción no existe, si no hay ningún partido que garantice tales medidas, las mujeres hemos de aprender a dejar de ser las lavanderas de la izquierda y empezar a participar en política feminista activamente: afiliación, participación y compromiso.

9/07/2019

Estrategias y victorias patriarcales

Cuando Michael Jackson, afrodescendiente, decidió cambiarse el color de su piel mediante cirugía para que esta tuviera la misma tonalidad que las personas caucásicas se abrió un debate en torno al tema. ¿Lo recuerdan? No, ¿verdad? Normal. Que un señor, por muy famoso que fuera, no se sintiera bien con el color de la piel que le tocó no le interesa a nadie, no salieron en su apoyo un montón de personas caucásicas que quisieran tener la piel del color de un afrodescendiente (en aquella época recuerdo que yo pensaba que, de hacer tal majadería, habría hecho exactamente lo contrario: oscurecerme la piel) o un montón de personas con los ojos rasgados queriendo tenerlos redondos (y las hay, se lo aseguro; solo habría que preguntar en clínicas de cirugía estética en Japón, Corea…). Nunca hubo ninguna razón para crear un movimiento de personas “transraza” que no estén a gusto con las características físicas de su persona tradicionalmente asociadas a una “raza”. ¿Y saben por qué? Porque la raza es un artificio social creado para oprimir y explotar a personas cuyas características físicas responden a  las más comunes en territorios invadidos, colonizados, conquistados y esclavizados. Los seres humanos no tenemos razas, como los perros, es un invento social conveniente a los opresores. Las personas tenemos características físicas que, por razones evolutivas y de adaptación se asemejan a los de otras que llevan decenas de miles de años en un lugar con unas condiciones geográficas y climáticas concretas, absolutamente insignificantes funcionalmente. Todas estas verdades hace décadas que poca gente se atreve a discutir.
Pues EXACTAMENTE lo mismo ocurre con el género. No hay ningún estudio científico que haya logrado demostrar las falsedades con la que el patriarcado nos lleva bombardeando desde hace siglos: las mujeres somos más débiles, más sensibles, los hombres aguantan más el dolor, la sangre… No voy a enumerar la larga lista de absurdidades tan ampliamente conocidas por toda la sociedad, pero me basta con decirles que se imaginen qué contestarían si alguien les preguntara por qué usted nació hombre o por qué usted nació mujer sin hacer referencia al sistema reproductivo, ni al endocrino. Les garantizo que casi la totalidad de las posibles razones que se nos vienen a la cabeza son artificiales y, además, varían según la cultura, la clase social,  la generación e incluso las circunstancias concretas a las que nos adscribamos; porque el género es algo que, como muchos aspectos culturales, como por ejemplo las lenguas, varían en el tiempo, los estratos sociales, el espacio y el contexto en general. Con todo ello, no hace falta aclarar que hablar de “identidad de género” o de personas “transgénero” resulta tan ridículo y absurdo como hablar de una “identidad de raza” o de personas “transraza”.
Y muchísimo más absurdo y ridículo resulta creerse feminista defendiendo tales atrocidades. El feminismo es, desde hace décadas, abolicionista del género, ese constructo social que se usa principalmente para oprimirnos a las mujeres.
Resulta necesario en este momento comentar que sobre la TRANSEXUALIDAD o la disforia de género se sigue investigando y aún no hay nada concluyente, pero, en este caso, hablamos de sexo y eso sí que es diferente. Aquí sí que hay que mencionar, sin lugar a dudas, el sistema reproductivo y el endocrino. Este asunto (transexualidad, que no transgénero) nunca jamás ha generado ningún enfrentamiento entre el movimiento feminista (MF) y los movimientos pro derechos de personas con diversidad sexual-afectiva (LGBT…), que, precisamente, nacieron y crecieron en el seno del feminismo.
A pesar de lo explicado anteriormente acerca del género, sorprendentemente, surge en los últimos tiempos, como consecuencia de la teoría queer (que defiende el género como algo natural e innato), este movimiento sobre la “identidad de género” que decide echar por tierra gran parte de los cimientos de las bases teóricas de un feminismo que ha logrado que las mujeres tengamos más derechos de los que hemos tenido jamás en la historia de occidente. Los defensores de la identidad de género han tenido tanto éxito que han llegado a conseguir que se legisle a su favor, con lo peligroso que eso puede resultar para todas las mujeres y los logros alcanzados. ¿Se imaginan una legislación que reconociera la raza como algo distintivo, biológico e identitario? ¿A que da miedo? Pues ese miedo tenemos que tenerlo ahora las feministas con esta ley de identidad de género que puede aprobarse a nivel nacional (ya existe en algunas comunidades), sin ningún tipo de debate público.
Pero a la que suscribe estos argumentos lo que más le asusta es el apoyo que está teniendo este desatino dentro del movimiento LGBT… y del MF. Atónitas asistimos a que feministas históricas como Amelia VALCÁRCEL sean abucheadas e insultadas en sus charlas y en las redes; a que lesbianas sean condenadas y tachadas de tránsfobas por no querer mantener relaciones sexuales con hombres (sí: hombres hetero muy orgullosos de sus genitales y su testosterona que se declaran mujeres) y, por tanto, una vez más invisibilizadas… No solo eso, sino que también, si me gusta poco o nada que el buen hijo del feminismo, el movimiento LGBT… se revuelva y enfrente a quien lo engendró con capacidad para destruirlo o diluirlo, menos me gusta que el MF invierta todas sus energías y se desgaste de una manera tan acelerada y alarmante en esta lucha.
Mientras nos tiramos de los pelos en los cursos y en la red, llevamos, en el momento que nacen estas palabras, 55 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas, siguen brotando como hongos violaciones múltiples, lesbianas son agredidas por mostrar su afecto en público, cobramos un 30% menos, no estamos en el poder… Lo cual muestra que el movimiento transextremista es una victoria del patriarcado que se ha infiltrado en nuestra lucha (MF y LGBT)
Esperemos que ese hijo rebelde crezca y haga su lucha más poderosa, no enfrentándose a su madre, sino complementando la lucha de esta, manera en que se alcanzarán más logros, y confiemos en que el MF se centre en su tarea principal: alcanzar la igualdad real, fin que estamos alejando por no reconocer al enemigo oculto en el regalo que nos dejó amablemente en la puerta y que hemos metido intramuros cediéndole tanto espacio.

Artículo que Eldiario.es no quiso publicar en el blog de los socios.