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Espacio en el que hablar, dialogar, aprender y luchar por la igualdad entre las dos mitades de la humanidad. Lugar para luchar contra el enemigo, el patriarcado, dentro y fuera de nuestras filas y para animar a salir juntas a terminar lo que se empezó hace trescientos años. Busco un mundo paritario donde ser mujer no sea un inconveniente absoluamente para todo.

4/16/2019

Hombre mayor con mujer joven al fondo

     El patriarcado, ese sistema sexista, opresor, con miles de años de antigüedad, que, a través de diferentes formas de dominación (feudalismo, capitalismo…) mantiene los privilegios de una clase, los hombres, con la subyugación de la otra clase, las mujeres, se mantiene en estos tiempos de incertidumbre y oscilación cimental para él, entre otros motivos, gracias a estar inyectado en toda la cultura, incluyendo la vida privada y personal. Es en este ámbito donde se suelen denunciar los micromachismos. La palabra micromachismo no engloba actitudes con una carga pequeña de machismo, sino que se refiere a la sutileza del mismo para ser reconocido. Normalmente no suelo emplear esa palabra porque el prefijo “micro” la descarga de la gravedad que por lo general esconden esas actitudes; como, por ejemplo, un hecho considerado micromachismo: el tropiezo deliberado, pero aparentemente accidental, de un hombre con algunas partes de nuestros cuerpos (tocar los pechos o los glúteos intencionadamente haciendo que parezca absolutamente fortuito al cruzarse o hablar con una mujer) es, en realidad, una agresión sexual en toda regla.
     Un micromachismo del que quiero hablar, precisamente, son las relaciones heteropatriarcales en desigualdad entre un hombre mayor y una chica joven. El otro día me sorprendía cómo una amiga, cuyo discurso habitual es rayano a las líneas básicas del feminismo, aunque no autoproclamado así, defendía una relación entre un hombre de treinta y cuatro años y una joven de veintiuno. Sus argumentos seguían la línea androcentrista a la que el patriarcado nos ha habituado y de la cual muchas veces ni nosotras mismas somos capaces de despojarnos: ella es muy madura para la edad que tiene, le gustan los hombres maduros y está harta de “niñatos”… (¡¡¡como si el hecho de que un hombre tenga cierta edad garantizase algún tipo de madurez!!!!). Lo que hacía mi amiga era mirar esa relación como miraría una relación homosexual o una heterosexual en la que la mujer fuera la mayor y eso limpia de impurezas la realidad y convierte la desigualdad existente en un machismo velado y difícil de detectar.
     Desenmascaremos, pues, esta discriminación. Este sistema opresor susodicho nos tiene sujetas y encarceladas por una red tan sólida como una malla metálica que está formada por infinidad de eslabones entre los que se encuentra el asunto que se trata. Junto a este eslabón está el de los cánones de belleza patriarcales, relacionados ellos siempre con la juventud, y el más importante que sostiene a todos: la reproducción. Las mujeres somos máquinas reproductoras para nuestra sociedad de dominación masculina; de ahí que se asocie nuestro éxito social a valores tan fútiles como la belleza física siempre asociada con aspectos que denotan juventud y lozanía, es decir: FERTILIDAD. En la misma línea se puede inscribir la tendencia de los hombres a partir de cierta edad a buscar mujeres mucho más jóvenes que ellos. No quiero decir que conscientemente estos hombres se impongan renunciar a relaciones con mujeres de su edad o estar con mujeres mucho más jóvenes aunque no les gusten. En el inconsciente erótico colectivo de los hombres heterosexuales de nuestra sociedad está grabado a fuego el principio reproductivo mencionado: realmente se sienten atraídos por esas mujeres. Es el proceso inverso que sufren las mujeres con baja autoestima que se sienten atraídas por hombres que no las tratan como deberían. En ambos casos la labor individual de la persona es saber identificar estas toxicidades y renunciar a ellas. Para la persona en inferioridad de condiciones, la mujer, es mucho más difícil que para el que ejerce la opresión, el hombre; es mucho más sencillo reconocer nuestros privilegios y renunciar a ellos que reconocer la dominación y luchar contra ella.
     Partiendo del hecho de que hablo de generalizaciones para las que siempre hay excepciones, constatemos que, cuando un hombre homosexual o una mujer se aventuran afectivamente con una persona mucho más joven, se plantean muchas dudas y pueden, incluso, decidir renunciar a la relación, por el bien de la otra persona. Se piensa que la diferencia de edad puede jugar un papel de desventaja en la persona menor, que detrás de esa admiración o enamoramiento pueda haber componentes tóxicos (baja autoestima, búsqueda de madre ausente…) Esto no ocurre en el caso de que un hombre heterosexual comience una relación de pareja con una mujer mucho más joven, porque hay todo un engranaje social detrás aplaudiéndola. Si lo miramos desde la perspectiva de género, jamás podremos apoyar este tipo de parejas, porque sabemos que son la herencia de milenios de dominación, que hasta hace pocas décadas era el denominador común de tantos matrimonios de conveniencia y que aún hoy hay muchísimas mujeres jóvenes que se ven forzadas a casarse con hombres mayores que ellas.
     A parte de todas estas razones tantas veces argüidas en otros tantos foros, hay en estas parejas un componente psicosocial más sutil que también incurre en desventaja y desigualdad para la mujer. Sin entrar en coloquios eternos sobre ese concepto tantas veces aludido en las últimas décadas, no podemos evitar hablar de la famosa inteligencia emocional. También aquí hay que argumentar con las gafas violetas puestas. En un sistema desequilibrado con clara inferioridad de las mujeres, dicha inteligencia no se desarrolla igual en ambos sexos. La inteligencia emocional, entre otros aspectos, incluye nuestra posición frente al sistema en el que vivimos, nuestra crítica social y actitud ante esta. La conciencia de clase (me refiero a la clase oprimida como el conjunto de todas las mujeres) en nosotras evoluciona con los años, con lo cual, cuantos más años, más sensibilización feminista. Es evidente que a una temprana edad es más difícil haber desarrollado las armas necesarias para luchar contra las infinitas violencias y discriminaciones que podemos sufrir en pareja.
     En definitiva, no hay duda de que, consciente o inconscientemente, cuando un hombre tiene una relación afectiva tradicional con una mujer mucho más joven que él, esconde una finalidad oscura: dominarla mejor.
     De ahí que sea tan importante en la lucha contra la desigualdad, señalar, identificar, explicar y analizar comportamientos sociales tan perjudiciales en el ámbito privado, llamados micromachismos, pero que forman parte de la base de ese “iceberg” que constituyen todas las violencias machistas que nos oprimen. No se trata de censurar, intervenir o manipular, las mujeres no necesitamos ser tutorizadas; se trata solo de denunciar a la luz pública, para que las víctimas nunca se sientan solas, independientemente de las decisiones que tomen o que hayan tomado. Sabemos que no debemos decirle a nuestra hermana que tiene que dejar a su pareja, que la maltrata, porque perderíamos a la hermana, que se verá sola con su maltratador; de ahí que debamos limitarnos simplemente a señalarle que el amor no duele.  Apliquemos las mismas estrategias en las parejas de hombre mayor y mujer joven. No interfieran en el romance de su amiga con un hombre mayor; constaten los hechos desde el apoyo incondicional a sus decisiones, pero conscientes de que puede estar en mucha desventaja. Es decir, si una amiga, hermana e incluso una hija con hábitos heterosexuales, se embarca en una relación con un hombre trece años mayor que ella, hay que estar a su lado apoyándola siempre, sin discursos paternalistas ni intentos de gobernar sus decisiones afectivas, así se recomienda hacer ante cualquiera de las otras toxicidades machistas más conocidas y rechadas por la opinión pública (malos tratos, celos, infidelidad unilateral no pactada…); es un principio fundamental para mantener sólida nuestra red: es parte de la sororidad. Ahora bien, igual que nunca defenderíamos al maltratador por mucho que no interfiramos en la relación de la mujer que queremos con él, creo que debemos empezar a aplicar las mismas líneas a todas las toxicidades, reconocidas o no, tradicionales o no.
      Dejemos, sencillamente, de justificar lo injustificable y denunciemos siempre estas desigualdades.